El juego de la verdad y la mentira en «El Topo» de John Le Carré

Por Jose Eduardo Guerra D. @joseduardguerra

Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe.

(Daniel Sada)

Este libro no es una novela, tampoco es una crónica. El Topo es un testimonio disfrazado de ficción. Las situaciones, los escenarios, la psicología y la forma de actuar de los personajes son tan nítidos (hiperrealistas) que es casi imposible pensar que no se trate de una obra autobiográfica. En el fondo, toda obra artística tiene impregnadas las experiencias de su autor o autores y en este libro las vivencias personales permean todo el desarrollo de la trama; es por eso que se podría considerar realidad novelada[1].

No basta afirmar que es un texto “basado en hechos reales” (típica leyenda con la que varias editoriales pretenden que sus producciones se conviertan en “best seller”) porque se tendría que agregar que es un libro basado en seres humanos reales: para el autor las personas están por encima de los hechos, la imaginación del lector es esencial para terminar de construir lo que él ya plasmó mediante el lenguaje escrito, y el alma o la psique de los personajes es más importante que el relato.

Las personas (o personajes) son más relevantes que los hechos porque la trama deja claro que “lo personal es político[2]: en este mundo, pretendidamente civilizado, siguen siendo las emociones y los impulsos por el poder y el control los que llegan a influir e incluso determinar en gran medida el rumbo de las políticas bélicas, de intervención o de desarrollo de los llamados Estados-nación, especialmente de las superpotencias.

En este libro la imaginación del lector tiene un peso mayor que el lenguaje escrito porque su autor confía en la capacidad de “darse cuenta” de aquellos a quienes llegue la obra y estén dispuestos a “leer entre líneas”, construir sus propias teorías e interpretaciones, descifrar las sugerencias o sutilezas y, finalmente, experimentar la reconfortante emoción de quedarse con más dudas que respuestas (“solo sé que nada sé”[3] es una frase que define a quien es consciente de su propia ignorancia); John deja entrever que, en su vida como parte del Servicio Secreto de Inteligencia (MI6), ni él mismo llegó a entender en qué bando se encontraba o a quiénes terminó beneficiando su trabajo a final de cuentas (el narrador y el autor pretenden ser omniscientes[4] en la forma pero cargan con mucha incertidumbre en el fondo). Sutilmente John va desvelando claves para sugerir a quien lea su libro que autor, narrador y protagonista forman una unidad y son, esencialmente, tres facetas de la misma persona.

También el alma o la psique están por encima del relato porque el lector puede llegar a sentir el dolor y la angustia de quien ha sobrevivido a tantas arbitrariedades pero a costa de su propia salud mental y de llevar una vida en el limbo de la contrariedad; David J. Moore Cornwell se esconde detrás de las líneas de El Topo pero varios de sus personajes son el eco del sufrimiento de quien ha sido tratado como un simple instrumento en el juego cruel de la Guerra Fría. Su texto se entreteje con el lamentoso remordimiento de quien sabe que su trabajo y acciones pudieron haber desencadenado conflictos (desde los personales hasta los bélicos) con un alto costo en vidas, pavor o desolación de muchas otras personas. El alma atormentada de David (verdadero nombre de John le Carré) está apresada en las páginas de esta realidad novelada; toca al lector descifrar las intenciones que lo motivaron a escribirla.

La construcción de la verdad y la mentira es el tema central del libro. Dar forma a eso que llamamos “verdades” (informativas, políticas, históricas, etc.) desde los sótanos del Poder (o Deep State) requiere una organización jerárquica: los ejércitos, las policías (reales y virtuales), los medios informativos (oficialistas o no), así como los servicios de defensa e inteligencia (incluso los del crimen organizado) de varios países poseen una estructura vertical para tener un mayor control sobre su propia información y la que se recaba fuera de sus ámbitos. “La información es poder”[5], en este sentido lo que los servicios secretos buscan explotar son “minas de información”. A las superpotencias les interesa tener servicios de espionaje por todo el orbe para aproximarse lo más posible al “Estado de la cuestión” del personaje, nación, sistema, asunto o gobierno que desean conocer a fondo; dentro de estas estructuras de inteligencia los espías o agentes (“mineros”, “faroleros”, “cazadores de cabelleras”, etc.) son solo carne de cañón para sus superiores; puede ser que lleguen a encontrar datos o información crucial y reveladora pero si alguien desde una jerarquía mayor decide que la difusión de lo recabado por ellos implica peligro para el Sistema al que sirven entonces se toma la decisión de silenciar, anular, demeritar u ofuscar al individuo que haya tenido el mal o buen tino de hallar una “veta” de la verdad; también la información “sensible” o “peligrosa” hallada por los espías puede ser editada, tergiversada o puesta a modo del statu quo o del Sistema si alguien desde algún rango superior en los ejércitos, las policías, los medios, los servicios de inteligencia o cualquier tipo de organización que vea afectada sus intereses, así lo determina.

El “Circus” descrito por el autor podría considerarse uno de tantos Juegos de la Verdad y la Mentira que operan en nuestra sociedad, no cualquiera es apto para jugarlos, queda claro que para sus puestos clave se buscan individuos (hombres o mujeres) con formación académica de primer nivel y con gran capacidad de análisis para ser conscientes del papel que están jugando, así como su posición y límites dentro de la organización; además se requiere que posean una mente fría y calculadora capaz de prefigurar escenarios e influir en los mismos para sacar siempre el mayor provecho posible (para sí mismos y/o para los objetivos del Juego). Dentro del “Circus”, a todo agente le debe quedar claro que los fines de la “London Station” o el “Centro” (sistemas que casi siempre operan desde la sombra) están por encima de los “jugadores”; los individuos que se atreven a prestar sus servicios como “cazadores de cabelleras” o “faroleros” en este Juego de la Verdad y la Mentira, terminarán reconociendo que solo son fichas o piezas en un tablero cuyas reglas muchas veces les serán vedadas, cambiarán arbitrariamente o nunca llegarán a conocerlas en su totalidad.

Da igual el bando para el cual trabajen los espías, lo que los mantiene actuando en este circo es una ambición (deseo de poder, jerarquía, riqueza, ascenso social o influencia) introyectada psicológicamente por sus superiores desde que son cooptados para formar parte de la organización. Ahí radica la diferencia entre el detective y el espía: ambos investigan la realidad de algún asunto, también realizan “operaciones encubiertas” pero el segundo se sabe pieza de un Juego tramado en lo alto de las cúpulas del Poder desde donde es visto como “moneda de cambio”. En la realidad novelada de David J. Moore Cornwell, el espía no vale como profesional o como persona; vale por la información (poder) que su memoria y sus expedientes almacenan a manera de bodega. El espía que se sabe objeto y no sujeto se despersonaliza a cambio ambiciones banales.

Es claro que quienes mueven los hilos del Juego de la Verdad y la Mentira (cuyas caras apenas visibles en el libro podrían ser Control, Alleline o Karla) se valen de ciertas características (en realidad debilidades) comunes a todos los agentes para someterlos perpetuamente a reglas y códigos en continua renovación arbitraria. Todos los “jugadores” llevan a cuestas una “pesada carga”: alguna infancia difícil, o un trauma no superado (e. g. la inseguridad corporal de George Smiley o la homofobia internalizada de Bill Haydon) puede que incluso hayan estado en una familia disfuncional (es el caso de Ricki Tarr). El Juego de la Verdad y la Mentira pone al límite la “brújula ética” de todos los participantes y, en proporción a sus debilidades, el Juego les creará (tarde o temprano) un “vacío existencial” que solo se llenará con el “sentido” o los “objetivos” del circo para el cual trabajan. Es así como casi todos los agentes o espías terminan convirtiéndose en ludópatas masoquistas condenados a la paranoia persistente (un caso representativo es Jim Prideaux). Toca al lector identificar qué fue aquello que diferenció a George Smiley, alter ego de John le Carré (quien a su vez es David J. Moore Cornwell) para sobrevivir a este Juego Mortal y ser capaz de legar un testimonio autobiográfico, literario y artístico valioso por lo que revelan de la condición humana a través de sus “expedientes” y experiencias (que a la vez son sus libros).

El Juego de la Verdad y la Mentira no es ajeno a nuestra realidad (quizá se juega desde que el ser humano conoció el bien y el mal), quienes mueven sus hilos se valen de las debilidades de todos, tanto de los jugadores (creadores de información) como de los espectadores que somos quienes cotidianamente encendemos pantallas, consumimos contenido audiovisual, o leemos libros. Así como el Juego del Poder busca que creamos que el Poder está donde no está, el Juego de la Verdad y la Mentira busca muchas veces que creamos que lo cierto es falso y lo falso es cierto. A conveniencia de intereses que muchas veces desconocemos y  valiéndose de nuestros miedos, frustraciones, sesgos o ignorancias se construyen diariamente verdades a medias o mentiras a medias para manipular nuestra opinión, punto de vista e incluso manera de actuar. Si nuestro ser digital (en redes sociales) no coincide con nuestro ser real o, si lo que hacemos, decimos y pensamos en un ámbito personal no tiene correspondencia con lo que hacemos, decimos o pensamos en un ámbito social es porque probablemente estamos siendo presas de algún Juego de la Verdad y la Mentira o porque voluntariamente hemos decidido jugarlo, ¿a cambio de qué?

 Saber diferenciar entre dato, información, opinión y análisis además de una actitud crítica permanente ante la realidad (tanto para lo que nos gusta como para lo que no nos gusta de ella) acompañada de una “brújula ética” podrían ser los antídotos para evitar caer de improviso en los Juegos de la Verdad y la Mentira que operan en todos los ámbitos en los que nos desenvolvemos.


NOTAS:

[1] El escritor Jose Sanchez Zolliker define así la realidad novelada: “un ejercicio literario, una forma más de voraz expresión, de denuncia social que con agilidad, agudeza e ingenio, va conformando un escenario novelado de nuestra realidad contemporánea”.

[2] Frase atribuida a la Segunda Ola Feminista del siglo XX.

[3] Frase atribuida a Sócrates.

[4] Narrador omnisciente es aquel que conoce todas las acciones pasadas, presentes y futuras de todos los personajes, así como sus pensamientos y sus deseos más íntimos.

[5] Frase atribuida a Thomas Hobbes.

Deja un comentario